martes, 19 de octubre de 2010

Experiencia poblana

Llegué a Huejotzingo, lo que es un decir, porque el volcán estaba de frente, y eso impresionaba y desdibujaba cualquier idea de ciudad. Llegué, es un decir, porque nunca me fui, o si me fui fue tan sólo para extender su imagen, hacer de Puebla una extensión de los sentidos, una reminiscencia activa que ya se me me figuraba por acá, de este lado del charco, o ya por allá, en el otro lado del mismo. La imagen impactante, intui, suponía la silueta recortada de la roca, de la gran roca, la cual se adhería al azul del cielo como si estuviera a punto de explotar y reclamara los contornos, cualquier clase de límite en su derredor.
Llegué con miedo, pero también con el recurso del lugar común, que me decía que el volcán era una amenaza, toda su epidermis, pues nadie sabía cuándo iba a estallar.

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