Enemigo de la escritura, el calor constriñe la voluntad. Más: inhibe la fuerza. (Nos acobarda).
Enemigo también de la paciencia, el calor diluye la tenacidad, la perseverancia. Fuente de malestar: logra que la pereza siente sus reales. Y no sólo eso: logra que el dinamismo se concentre en las manos, principalmente cuando el sudor agobia, y los ventiladores, los malditos ventiladores, dejan de funcionar. (Abanícos del mundo, ¡uníos!)
El calor es, entonces, el origen de todos los males.
Es el culpable, por ejemplo, de que el escritor se sienta perdido, y sin una misión en la vida. Es el culpable, a su vez, de que esa actividad complementaria a la escritura que es la lectura, se vuelva insoportable.
Definitivamente, el calor, el bochorno que genera, nos saca de la jugada. (Que yo sepa, lo in nunca fue escribir en shorts, o encuerado.)
(El calor: un infierno individual, un pie descalzo que se quema, un dolor de cabeza interminable.)
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