viernes, 17 de diciembre de 2010

Antier

Me la echaron, pues qué creían, ni que fuera casa de perros, aunque digan que sí.
Me la echaron, por eso los ladridos cuando llegué. Uno pequeño, de los que se pierden, y luego el que le siguió. Un ladrido chiquito.
La vi de reojo.
Estaba perdida, entre las piernas de las Negras, que la cubrían. (Que la olisqueaban.) (¿Se la querían comer?) Y de ahí lo de siempre: tener que cuidarla, recogerla, llevarla al doctor.
Eso lo hice después, cuando hablé con La Dormida. Ella me dijo: nos la echaron, y ya nada se puede hacer, salvo cuidarla, curarla con las manos, darle de comer. Y yo repetí: cierto, nos la echaron, pero, uf, digo, ni que fuera casa de perros, mansión canina, castillo de mastín.

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