Y queremos huir pero nos quedamos, nos hacemos a un lado, y surge el recelo, y a veces la contemplación, pues parece que nuestro destino es ese: quedarnos a la mitad, esperando que sucedan las cosas, en medio de la vastedad;
por eso no nos largamos, por eso nos quedamos detenidos, sólo mirando alrededor, presos del miedo, presos del miedo al miedo, situación de todos los días, hasta que aparecen por todos lados y nos meten una goleada de aquellas, intergaláctica y sustancial;
un gol, pues, y luego dos, y de pronto el hat trick que nos sorprende sentados, en medio del campo, justo en el centro, donde los árbitros se resbalan y se hacen polvo, donde las botellas se entierran y los fuegos del estadio se contemplan con mayor claridad;
el cuarto va y el quinto, y el que le sigue; mas no nos enfademos, tampoco nos confundamos, ya que frente a equipos que nos desdibujan y nos recuerdan nuestra precariedad estamos obligados a convertirnos en seres de otra marca, en algo así como entes invencibles, que saben resistir.
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