Germania anno zero (1948), Dir. Roberto Rosellini. El escenario apocalíptico de las calles de Berlín es el escenario perfecto para que Roberto Rosellini desarrolle una de sus obras maestras, en la que los personajes (seres desahuciados) la pasan muy mal. Austera —como reclamaba la época—, y brindando la imagen más perturbadora que existe sobre la capital germana y su gente, la película del gran director es una muestra cabal de la capacidad que el Ser Humano tiene para "pasarla" en medio de la zozobra y la desesperación.
http://www.youtube.com/watch?v=90DzGX3xla8
miércoles, 29 de julio de 2009
martes, 28 de julio de 2009
"Ojos eran fugitivos" / Cine 26
Sangre (2005), Dir. Amat Escalante. El naturalismo estático de Amat Escalante, como el de su compatriota y protector, Carlos Reygadas, resulta estimulante.
Se trata de un naturalismo quisquilloso que, amén de exigir esa paciencia infinita (esa paciencia ralentizada), posibilita el descubrimiento de los aspectos invisibles, o inperceptibles, de la realidad.
http://www.youtube.com/watch?v=tyK8mgwyiJk
Se trata de un naturalismo quisquilloso que, amén de exigir esa paciencia infinita (esa paciencia ralentizada), posibilita el descubrimiento de los aspectos invisibles, o inperceptibles, de la realidad.
http://www.youtube.com/watch?v=tyK8mgwyiJk
"Ojos eran fugitivos" / Cine 25
The Last King of Scotland (2006), Dir. Kevin Macdonald. Balazos, sexo y mucho colorido... ¡Definitivamente, la industria del bioepic ridiculiza la Verdad, o mejor dicho, la otra Verdad: aquella que se deniega nomás porque sí!
http://www.youtube.com/watch?v=iV_QgKJFZP0
http://www.youtube.com/watch?v=iV_QgKJFZP0
"...materia esclarecida..." / Libros mexicanos 11
Fisuras en el continente literario (2007, 2006), de Federico Vite. Independientemente del escándalo ridículo que ha acompañado a este libro desde el momento de su aparición, hay que anotar que Fisuras en el continente literario es una sátira contumaz, que se despacha de lo lindo contra la institución de la Mafia, entendida en sus tres modalidades: la del hampa, la del periodismo y la de la cultura. En efecto, creo que su autor indaga en las dos primeras con bastante destreza, para incorporar —finalmente— la cereza del pastel (la anécdota chusca de Octavio Paz y sus desplantes); a pesar de ello, considero que lo que a Vite le interesa es destacar las fallas estructurales de un país endeble, donde la impartición de la justicia es una práctica manida —y perversa— y donde, por si fuera poco, el manejo de la información deja mucho que desear.
Resumiendo, Fisuras en el continente literario es una novela mordaz, en la que los males endémicos de la nación, y algunos de sus personajes célebres, son caricaturizados.
Resumiendo, Fisuras en el continente literario es una novela mordaz, en la que los males endémicos de la nación, y algunos de sus personajes célebres, son caricaturizados.
sábado, 25 de julio de 2009
"...casa de orates" / Libros del norte 5
Los cuervos (2005), de César Silva Márquez. César Silva Márquez alude, en esta noveleta, a lo obvio, o sea, a aquello que ha hecho de Ciudad Juárez un símil afectado del infierno y del terror; pero, al mismo tiempo, y como lo plantea el gran Roberto Bolaño en su portentosa 2666 (2004), el chihuahuense alude a lo posible, a lo potencial, dicho esto desde una perspectiva literaria que se contenta, sobre todo, con sugerir e inventar.
Entendamos, por tanto, que el planteamiento de Silva Márquez resulta singular, pues si bien este escritor pudo haberse detenido en el análisis y la recreación de los hechos cotidianos que afectan el decurso del mencionado asentamiento, opta por recrear —mejor— el mito romántico del vampirismo, que, es obvio, no está sujeto a factores inmediatos —o propiamente "mexicanos"—, y que no tergiversa la macabra realidad en la que los norteños vivimos desde hace muchos años.
Entendamos, por tanto, que el planteamiento de Silva Márquez resulta singular, pues si bien este escritor pudo haberse detenido en el análisis y la recreación de los hechos cotidianos que afectan el decurso del mencionado asentamiento, opta por recrear —mejor— el mito romántico del vampirismo, que, es obvio, no está sujeto a factores inmediatos —o propiamente "mexicanos"—, y que no tergiversa la macabra realidad en la que los norteños vivimos desde hace muchos años.
lunes, 20 de julio de 2009
"...casa de orates" / Libros del norte 4
Bajo el disfraz (los cantares prohibidos) (2003), de Jesús Alvarado. Este joven escritor (todavía) es una verdadera promesa, pues el tipo de recursos que maneja, y la capacidad que demuestra para que contar una historia intensa, que jamás decae, revela el potencial de aquél que se encuentra a la caza de lo inesperado, de lo incierto.
Novelista que golpea fuerte, y que sigue adelante: Alvarado halla su verdad precisamente ahí donde los grandes se acercan a fin de encarar, con honestidad, el drama de la experiencia vital. Estupendo narrador, por no decir genial.
Novelista que golpea fuerte, y que sigue adelante: Alvarado halla su verdad precisamente ahí donde los grandes se acercan a fin de encarar, con honestidad, el drama de la experiencia vital. Estupendo narrador, por no decir genial.
domingo, 19 de julio de 2009
Reseñas 1
Ponte la del Puebla, Profética. Casa de la lectura, Puebla, 2008, 63 pp.
Ponte la del Puebla es un libro en el que se encajan muchos goles. Su delantero centro, faltaba más, responde al nombre de Gabriel Wolfson y está llamado a ser, si me apuran, una pieza clave de la literatura nacional. Y es que preciso como pocos, este delantero centro impresiona por su movilidad y arranque; baste considerar, pues, lo que ha publicado a la fecha, para caer en la cuenta de que su trabajo es el de un crack que no sólo escribe miniaturas o ensayos de divulgación: a la vez, historias de vida donde la fragmentación, mal que bien, atomiza el(os) mensaje(s). Porque Ponte la del Puebla es eso, me parece: una autobiografía secreta, profunda, rota..., en la que el juego par excellence de la infancia se convierte en un ritual saludablemente disparatado, el cual siempre está “atravesado de asociaciones” (Juan Villoro).
Dicho lo anterior, me parece que este texto, amén de desplazar la cortina del vestuario de la Franja, revela la crónica alterna de un espacio físico: el de la ciudad de Puebla; una ciudad, cabe agregar, donde el fútbol ha corrido con poca suerte, y donde los aficionados la han pasado muy mal, ya que, de acuerdo con Wolfson, todo aquél que ha visto este deporte desde las gradas del Cuauhtémoc ha presenciado algo así como un “espectáculo de pulgas amaestradas en una feria de pueblo”. (¡!)
Pero volviendo al tema, mencionaba: es indudable que Ponte la del Pueba deja entrever una descripción de la “Ciudad de los Ángeles” (de sus referentes definitorios y/o emblemáticos), tal como si se quisiera aludir a un lugar público, reconocible por todos, y a la par a un lugar entrañable, familiar, reservado (exclusivamente) para la delectación y el gusto personales. Esto, que me parece sugestivo, no es nuevo en la prosa de Wolfson; ya en Las rutas de Pascual (2003), publicado en colaboración con el fotógrafo Jorge Lépez Vélez, se notaba el interés por captar la imagen subjetiva, casi privada, del mencionado asentamiento, cuya decadencia habitual permitía que los personajes experimentaran el “infinito” no “como concepto abstracto” sino “como enfrentamiento cotidiano”.
De verdad que Ponte la de del Puebla deviene una de esas pulcritudes singulares, que aparecen de vez en vez, y que obligan a la gente a que se levante, grite y haga olas de emoción en los estadios. Amplia en sus alcances e identificable en sus derroteros, esta obra es una maquinaria perfecta, bien engrasada, que avanza con osadía y determinación, y que al llegar al área chica no se intimida: al contrario, ataca de frente, dando la cara, pues sabe que lo que se juega no es un partido más, de poca o nula significación.
Tal vez, semejante circunstancia explique el porqué Ponte la del Puebla se lee como un puzzle de la memoria que, en ocasiones, poco o nada tiene que ver con el fútbol y su “liturgia” dominical, con los entrenamientos y las tribunas “tan marcianamente ajenas”, que el escritor observa, curioso, al pisar la cancha del Cuauhtémoc y percibir que ahí, en ese “otro mundo”, “todo fluye, todo es cotidiano, sencillo, inevitable”, debido a que el “mundo” entero “comprende el código, la verdadera lengua materna”.
Obra íntima, de profundo calado: insisto, Ponte la del Puebla indaga en la lógica de un universo menor (el del fútbol), pero sólo para repasar las imágenes significativas, portentosas, que de él emanan, y que por una u otra razón, hunden sus raíces en el fondo de la memoria, o si se quiere, de la recordación; una recordación, en todo caso, dinámica y laboriosa, que no se embotella en el tráfico de lo cercano: más bien, que precisa lo que destaca y trasciende, a fin de referir esa lógica particular en la que el ayer aflora con fuerza e intensidad. Ello esclarece, en mi opinión, el hecho un tanto cuanto extraño de que el rompecabezas inicie con la representación de una estampa privada (muy intensa, por cierto, en la que el sujeto se observa a la distancia, ingresando en aquel “minúsculo bosque maltrecho” que estaba “alrededor de un estadio deportivo abandonado”), antes que con la explicación de tal o cual aspecto del Puebla, entendido éste, en particular, como un equipo de fútbol que posee el “nombre incómodamente curioso” de los “camoteros”, o con un listado interminable de efemérides y jugadores famosos, típico del periodismo que se escribe en el país.
Ponte la del Puebla es, a cabalidad, un relato personal, de carácter mnemónico, en el que Wolfson refiere una visión de su existencia, a partir del contacto que establece con el deporte más popular del mundo; una visión del ayer que, en efecto, se relaciona con el fútbol (con su universo), pero de manera singular, importándole exhibir los aspectos mínimos, básicos, que la intuición descubre al reparar en lo primordial, y dejar de lado lo que le resulta secundario o banal.
De ahí que considere que el presente relato opere como un recuento del Bios, gracias al cual el escritor, su familia, aparecen asociados con los jugadores, con el cuerpo técnico, con las actividades que realizan. De ahí también que opere como un testimonio vivido, cálido, que ha sido concebido, ab obvo, para atraer la atención de los incautos, o de todos aquellos a los que el fútbol les importe un soberano cacahuate, y sin embargo les apetezca leer un texto bien escrito, que jamás se atora y que no le pide nada, a pesar de su brevedad (¡63 páginas!), a los grandes de clásicos del subgénero, como Apuntes del balón: anécdotas, curiosidades y otros pecados del fútbol (2001), de Jorge Valdano, El fútbol a sol y sombra (2005), de Eduardo Galeano, o Dios es redondo (2006) del ya aludido Villoro.
Imposible, en serio, criticar este librito, o encontrarle una palabra de más, que enturbie la calificación. Ponte la del Puebla es un gol admirable, un remate preciso que termina, por fortuna, en el marco rectangular; más todavía, y lo subrayo: Ponte la del Puebla es un partido del Barça (“Més que un club”) cuando nos presenta las estampas de ese pasado perdido, irrecuperable, en el que el escritor se observa a sí mismo como un personaje más, que participa en un juego vespertino (lo cito in extenso) “privilegiado por la luz, por la gratuita, olvidada y milagrosa plenitud y claridad de la luz en esa ciudad casi cualquier día del año” y por “una noche hecha de luz en vez de sombras, bajo la cual los juegos más largos y que hubieran ido cobrando más y más interés (...) podrían prolongarse para siempre”.
Ya lo he escrito antes: es un verdadero gusto comprobar que la mejor literatura del país no sólo se cocina en la Ciudad de México. Casos como los de Wolfson evidencian que las canteras locales empiezan a hacer de las suyas, precisamente al entrenar killers como éste, esmerados y polivalentes.
(Ponte la del Puebla, o nunca un fragmentario había sido tan intenso y goleador.)
(Reseña aparecida en la revista Crítica, núm. 132.)
Ponte la del Puebla es un libro en el que se encajan muchos goles. Su delantero centro, faltaba más, responde al nombre de Gabriel Wolfson y está llamado a ser, si me apuran, una pieza clave de la literatura nacional. Y es que preciso como pocos, este delantero centro impresiona por su movilidad y arranque; baste considerar, pues, lo que ha publicado a la fecha, para caer en la cuenta de que su trabajo es el de un crack que no sólo escribe miniaturas o ensayos de divulgación: a la vez, historias de vida donde la fragmentación, mal que bien, atomiza el(os) mensaje(s). Porque Ponte la del Puebla es eso, me parece: una autobiografía secreta, profunda, rota..., en la que el juego par excellence de la infancia se convierte en un ritual saludablemente disparatado, el cual siempre está “atravesado de asociaciones” (Juan Villoro).
Dicho lo anterior, me parece que este texto, amén de desplazar la cortina del vestuario de la Franja, revela la crónica alterna de un espacio físico: el de la ciudad de Puebla; una ciudad, cabe agregar, donde el fútbol ha corrido con poca suerte, y donde los aficionados la han pasado muy mal, ya que, de acuerdo con Wolfson, todo aquél que ha visto este deporte desde las gradas del Cuauhtémoc ha presenciado algo así como un “espectáculo de pulgas amaestradas en una feria de pueblo”. (¡!)
Pero volviendo al tema, mencionaba: es indudable que Ponte la del Pueba deja entrever una descripción de la “Ciudad de los Ángeles” (de sus referentes definitorios y/o emblemáticos), tal como si se quisiera aludir a un lugar público, reconocible por todos, y a la par a un lugar entrañable, familiar, reservado (exclusivamente) para la delectación y el gusto personales. Esto, que me parece sugestivo, no es nuevo en la prosa de Wolfson; ya en Las rutas de Pascual (2003), publicado en colaboración con el fotógrafo Jorge Lépez Vélez, se notaba el interés por captar la imagen subjetiva, casi privada, del mencionado asentamiento, cuya decadencia habitual permitía que los personajes experimentaran el “infinito” no “como concepto abstracto” sino “como enfrentamiento cotidiano”.
De verdad que Ponte la de del Puebla deviene una de esas pulcritudes singulares, que aparecen de vez en vez, y que obligan a la gente a que se levante, grite y haga olas de emoción en los estadios. Amplia en sus alcances e identificable en sus derroteros, esta obra es una maquinaria perfecta, bien engrasada, que avanza con osadía y determinación, y que al llegar al área chica no se intimida: al contrario, ataca de frente, dando la cara, pues sabe que lo que se juega no es un partido más, de poca o nula significación.
Tal vez, semejante circunstancia explique el porqué Ponte la del Puebla se lee como un puzzle de la memoria que, en ocasiones, poco o nada tiene que ver con el fútbol y su “liturgia” dominical, con los entrenamientos y las tribunas “tan marcianamente ajenas”, que el escritor observa, curioso, al pisar la cancha del Cuauhtémoc y percibir que ahí, en ese “otro mundo”, “todo fluye, todo es cotidiano, sencillo, inevitable”, debido a que el “mundo” entero “comprende el código, la verdadera lengua materna”.
Obra íntima, de profundo calado: insisto, Ponte la del Puebla indaga en la lógica de un universo menor (el del fútbol), pero sólo para repasar las imágenes significativas, portentosas, que de él emanan, y que por una u otra razón, hunden sus raíces en el fondo de la memoria, o si se quiere, de la recordación; una recordación, en todo caso, dinámica y laboriosa, que no se embotella en el tráfico de lo cercano: más bien, que precisa lo que destaca y trasciende, a fin de referir esa lógica particular en la que el ayer aflora con fuerza e intensidad. Ello esclarece, en mi opinión, el hecho un tanto cuanto extraño de que el rompecabezas inicie con la representación de una estampa privada (muy intensa, por cierto, en la que el sujeto se observa a la distancia, ingresando en aquel “minúsculo bosque maltrecho” que estaba “alrededor de un estadio deportivo abandonado”), antes que con la explicación de tal o cual aspecto del Puebla, entendido éste, en particular, como un equipo de fútbol que posee el “nombre incómodamente curioso” de los “camoteros”, o con un listado interminable de efemérides y jugadores famosos, típico del periodismo que se escribe en el país.
Ponte la del Puebla es, a cabalidad, un relato personal, de carácter mnemónico, en el que Wolfson refiere una visión de su existencia, a partir del contacto que establece con el deporte más popular del mundo; una visión del ayer que, en efecto, se relaciona con el fútbol (con su universo), pero de manera singular, importándole exhibir los aspectos mínimos, básicos, que la intuición descubre al reparar en lo primordial, y dejar de lado lo que le resulta secundario o banal.
De ahí que considere que el presente relato opere como un recuento del Bios, gracias al cual el escritor, su familia, aparecen asociados con los jugadores, con el cuerpo técnico, con las actividades que realizan. De ahí también que opere como un testimonio vivido, cálido, que ha sido concebido, ab obvo, para atraer la atención de los incautos, o de todos aquellos a los que el fútbol les importe un soberano cacahuate, y sin embargo les apetezca leer un texto bien escrito, que jamás se atora y que no le pide nada, a pesar de su brevedad (¡63 páginas!), a los grandes de clásicos del subgénero, como Apuntes del balón: anécdotas, curiosidades y otros pecados del fútbol (2001), de Jorge Valdano, El fútbol a sol y sombra (2005), de Eduardo Galeano, o Dios es redondo (2006) del ya aludido Villoro.
Imposible, en serio, criticar este librito, o encontrarle una palabra de más, que enturbie la calificación. Ponte la del Puebla es un gol admirable, un remate preciso que termina, por fortuna, en el marco rectangular; más todavía, y lo subrayo: Ponte la del Puebla es un partido del Barça (“Més que un club”) cuando nos presenta las estampas de ese pasado perdido, irrecuperable, en el que el escritor se observa a sí mismo como un personaje más, que participa en un juego vespertino (lo cito in extenso) “privilegiado por la luz, por la gratuita, olvidada y milagrosa plenitud y claridad de la luz en esa ciudad casi cualquier día del año” y por “una noche hecha de luz en vez de sombras, bajo la cual los juegos más largos y que hubieran ido cobrando más y más interés (...) podrían prolongarse para siempre”.
Ya lo he escrito antes: es un verdadero gusto comprobar que la mejor literatura del país no sólo se cocina en la Ciudad de México. Casos como los de Wolfson evidencian que las canteras locales empiezan a hacer de las suyas, precisamente al entrenar killers como éste, esmerados y polivalentes.
(Ponte la del Puebla, o nunca un fragmentario había sido tan intenso y goleador.)
(Reseña aparecida en la revista Crítica, núm. 132.)
sábado, 18 de julio de 2009
"...casa de orates" / Libros del norte 3
Santa María del Circo (2004, 1998), de David Toscana. En este libro de triste factura, el planteamiento de David Toscana precisa una mirada dual, respecto al deber ser de los personajes: por decir lo menos, personajes ditirámbicos que entamblan una batalla sin cuartel contra el destino y lo que se deje venir. Una 'mirada dual', me explico, en el sentido de que representan el papel de entretenedores de cuarta, actuando para ese público menor que no se congracia con sus penas ni con nada, al tiempo que el de fingidores de sí mismos que viven, o más bien, sobreviven en el mundo doloroso de la fantasía y la mendicidad.
Libro tragicómico, y deprimente: Santa María del Circo es la obra señera de un escritor de raza, que, en efecto, sí sabe contar.
Libro tragicómico, y deprimente: Santa María del Circo es la obra señera de un escritor de raza, que, en efecto, sí sabe contar.
domingo, 5 de julio de 2009
El Maligno
Un sacerdote dijo ante sus feligreses: "El Maligno es experto en mercadotecnia, pues sabe muy bien cómo colmar nuestras debilidades".
sábado, 4 de julio de 2009
Imágenes 1
Enfadada, la Venus de Milo se escapó un día de la mazmorra del Louvre, para no regresar jamás.
Algunos dijeron que la vieron caminar por las calles de la 紫禁城, a altas horas de la madrugada.
Otros (los menos), que la vieron en las presentaciones que Pina Bausch dio en Londres, en 1983.
Fuera de ello, es un hecho que no existen mayores datos sobre su actual paradero, y que la gente ya no visita con la misma asiduidad y fervor la Ciudad Luz.
"...materia esclarecida..." / Libros mexicanos 10
AA. VV / Paisajes del limbo. Una antología de la narrativa mexicana del siglo XX (2001), selección y notas de Mario González Suárez. No deja de ser atractivo el planteamiento que el escritor Mario González Suárez nos hace en este libro extraño, en el que la literatura mexicana se lee de otra manera. Evidenciando un dinamismo heterogéneo que deniega, con insistencia, las claves de lo nacional, y mostrando los procedimientos creativos de esa casta de creadores singulares, que observan la realidad desde la locura, pienso que el autor de El libro de las pasiones (1999) consigue lo imposible: hacer de la narrativa azteca una narrativa ensimismada que se aleja de la problemática social y, de paso, traza un nuevo camino.
jueves, 2 de julio de 2009
"...materia esclarecida..." / Libros mexicanos 9
La plaza de Puerto Santo (1961), de Luisa Josefina Hernández. Ubicada en un pueblo de provincia donde el tiempo pasa muy lentamente, y donde la gente se desespera por lo mismo (y comete locuras), la historia de La plaza de Puerto Santo es la historia, en pequeño, de nuestro país hace algunos ayeres. Picaresca y entretenida (y con escasas pretensiones de índole formal, digamos), esta noveleta refiere la perspectiva de aquellos que no tienen más opción sino la de ver pasar la vida con soberana indiferencia, y descubrir, justamente, en esa monotonía, el decurso iterativo de la historia, de la gran historia. Esto, en un sentido integral, se convierte en el leif motiv de la obra y en el principal logro, pues, como sugiere la autora, el mundo de la provincia mexicana representa el universo del aburrimiento, y de la desesperación.
Miguel Hijo de Juan (1958-2009)
La muerte de Michael Jackson le pone punto final a la evolución de las especies.
Pertenezco a esa generación, sin duda, tasajada mentalmente por dos iconos de los 80: E.T y Michael Jackson, o sea, los dos lados de una misma moneda.
La pederastia es un crimen de lesa humanidad; pero, con casos como los de Michael Jackson, parece que se convierte en un asunto menor. (Abracadabra.)
Pertenezco a esa generación, sin duda, tasajada mentalmente por dos iconos de los 80: E.T y Michael Jackson, o sea, los dos lados de una misma moneda.
La pederastia es un crimen de lesa humanidad; pero, con casos como los de Michael Jackson, parece que se convierte en un asunto menor. (Abracadabra.)
"Ojos eran fugitivos" / Cine 24
A King in New York (1957), Dir. Charles Chaplin. Chaplin no es Chaplin sin la indumentaria de Charlot. / Cuando habla, Chaplin pierde todo su encanto, y se convierte en un locutor de televisión, o en un vendedor de frigoríficos y aspiradoras. / Pensar en este Chaplin es pensar en un personaje espectral. / En el presente caso, Chaplin no sólo es un espectro de sí mismo: también es un activista. El guión que nos propone, en ese sentido, es un alegato contra la cacería de brujas, y un evidente fracaso. / Con A King of New York, Chaplin persigue un objetivo: hacer del panfleto un sitcom.
http://www.youtube.com/watch?v=eGRuIRbiSs8
http://www.youtube.com/watch?v=eGRuIRbiSs8
miércoles, 1 de julio de 2009
"Ojos eran fugitivos"/ Cine 23
Australia (2008), Dir. Baz Luhrmann. Incauto, no te deprimas. A veces es necesario ver estas cosas.
http://www.youtube.com/watch?v=ecmSh8oKzr0
http://www.youtube.com/watch?v=ecmSh8oKzr0
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