Tadeys (2009), de Osvaldo Lamborghini. La literatura de Lamborghini es un criadero de nervios, y de tadeys excitados.
Lo que Lamborghini describe es la imagen del cuerpo ultrajado, del cuerpo convertido en producto de consumo y penetración.
No hay nada nuevo en lo que Lamborghini plantea, no así su mirada cínica al hervir un tadey.
Entrar en el tadey, penetrarlo, excitarlo..., la cosificación de ese protohumano desmitifica el sueño de la razón.
El miedo, como dijo Roberto Bolaño, es el resultado normal de la salvajada lamborghiniana; pero también —agrego— el asco, el martirio, el deseo de que la literatura latinoamericana se hubiera quedado congelada en el tiempo y que sus imágenes se hubieran reducido a las monadas de la promoción del boom.
Me pregunto, así, ¿qué le aporta a la literatura latinoamericana esta "marranada"? Sin duda, la certeza de que los tadeys son comestibles y se pueden asar como lechones.
¿Qué no le aporta, luego, a la susodicha literatura? Enumero: el discurso bonachón de los escritores consagrados; la certidumbre de que McOndo no es más realista que Macondo; la idea de que la literatura "menor" tiene una reserva de moralidad; el respeto por el lector; la bravocunada entendida como signo de lo cool; el exorcismo como expiación... ¡Leer Tadeys es adentrarse en las entrañas de esa metáfora hemisférica que es "La comarca", una versión indie del infierno alighieriano!
Lamborghini/Tadeys: la literatura latinoamericana, gracias a esta dualidad, dejó de ser el vertedero de Norteamérica para convertirse en el vertedero de la Humanidad.
(El escritor argentino más próximo a Lamborghini, viéndolo bien, es José Hernández.)
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