En él, caben las muñecas rotas, vestidas para matar.
(Una ametralladora, por cierto, jamás se vio también.) (Pierna ad hoc.) (Ah, qué cosa.)
En él, caben las cabezas grandes y los granos taciturnos a punto de florecer.
Más: los soldados mafufos, los Quentin Tarantinos afiebrados, los cultos del Día del Señor.
Todos los puntos de la maladie —sí— caben en este refrito, y más si se piensa en que el origen de la enfermedad está en la videncia, en la actitud estoica del zombie al caminar al revés. (Cuánto influiste en la nueva ola, Romero, cuánto enfermaste al perdedor.)
Rodríguez, qué va, no filma: desfilma.
Su actitud ante el cine es la de cualquiera de nosotros, avocados a pensar en tono menor.
Monserga, ocurrencia, fobia...: el cineasta de lo cutre (de lo concientemente cutre) juega a filmar. Establece un criterio ultrapausterizado para expresar la obcecación del WC.
Reír como antaño, cuando la dentadura era blanca: tal es el reto de este taumaturgo de la lobreguez.
Machetes a la vista.
http://www.youtube.com/watch?v=RlskwIy_Jcs (Tráiler.)
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