Cuentos (casi) completos (2009), de Calvert Casey. Creo que muchos estarán de acuerdo conmigo en la idea de que la propuesta de Mario González Suárez está rindiendo sus primeros frutos.
No solamente el susodicho ha logrado desviar el decurso de nuestra expresión: también ha conseguido lo imposible: hacernos entender que la literatura de estos lares tiene, a la par, diversos orígenes que poco o nada se relacionan con los condicionamientos de la tradición.
La estupenda colección Singulares, de CONACULTA, es la evidencia de tal trabajo. En ella, el menos mexicano de nuestros escritores ha agrupado a un puñado de marginales que hablan sobre el limbo y sus paisajes alternos, esto es, sobre lo que jamás rendirá dividendos (el desasosiego) porque tal desaliño está concebido —ab obvo— para fastidiar al lector.
[Fastidiar al lector: lograr que las letras pueriles avasallen la vocación castrante del lego.] [Más: del avispado en el manejo chirri de lo local.]
Calvert Casey es una de las joyas del canon gonzalezsuareciano: un escritor discreto —¡muy discreto!— que ha pasado a la historia de la literatura cubana gracias a que supo decir que no.
No al éxito y a la salida fácil.
No al teacher's pet ni a la locura de la vejación.
[La vejación: añorar la cárcel —esa boca silente, diría Canetti—por algo así como la imposibilidad de decorar el esqueleto agarroso de la Revolución.]
Escritor destinado al olvido: Casey es un raro, un singular justamente por su nulidad.
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