El perro se murió, y la mujer-amiga también, de lo mismo. Y antes mi prima... Caminaba entonces uno, y todo se venía abajo, con los síntomas normales: estos es, con las paredes carnosas, embarradas de meados y pus.
Cuando salíamos, es verdad, lo que encontrábamos era habitual: un barro de pellejos y sangre; un lodo rojo, revuelto con músculos cortados en franca descomposición.
Tal era la fisonomía del entorno que no tuvimos más opción sino huir de ahí, escapar de esa tierra maldita.
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