Un perro acostado nos recibió a la distancia, diciendo que por fin habíamos llegado, que ya era tiempo de que pasáramos, antes de que comenzara el chubasco. El perro, lo juro, sugirió eso, o nos dio a entender eso, no sin antes pedirnos una limosna de caricia, principalmente en la cabeza y en su majestad el lomo.
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