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Amo y señor de la fragmentación, Quignard da fe de una errancia mental que posibilita que "el trabajo del lenguaje pesado" 1) se manifieste cabalmente y 2) dé pie, parafraseando a Alberto Hernando, a una suerte de mixtura estética que nada tiene que ver con "el desorden del cajón de sastre". (Brevemente, cito unas líneas del Capítulo II que me resultan atractivas: "No podemos ni escuchar ni ver a los que nos hacían, ni lo que nos hacía, ni como se hacía antes de ser. Ocurre que los hombres olvidan que no son antes de nacer.")
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