Me fastidia, de verdad, el tonito bravucón de muchos de los escritores jóvenes de este país; huelga decir, el tonito jactancioso que utilizan cada vez que opinan sobre esto o aquello, con un único fin: a saber, que los demás (simples mortales) nos enteremos de su genialidad y grandeza. A semejante enfermedad, en otros lugares, se le llama protagonismo, falso protagonismo: o sea, el deseo irremediable de buscar el reflector, de convertirse en el rebelde de la discursividad, de poner los puntos sobre las íes porque nada-ni-nadie-es-mejor-que-yo.
(Joven escritor: te lo pido una vez más, olvídate de tu persona y redacta un poco mejor.)
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