sábado, 10 de enero de 2009

10 de enero

La habitación era pequeña, y en ella había mucha gente que hablaba en voz baja, sin mirarse a la cara; gente cercana, familiares, tíos y primos, que estaban ahí, en la oscuridad de esa habitación, y que esperaban a que sacaran el cuerpo en la camilla y se lo llevaran por aquel pasillo largo, que nos separaba del edificio central. Pero el tiempo pasaba, y nadie de los encargados, o de los médicos aparecía, para indicar qué se iba a hacer, si había necesidad de quedarse más tiempo, regresar más tarde... Fue entonces cuando apareció un guardia de seguridad, quien nos indicó, sin expresión, que la carroza fúnebre acababa de llegar, y que la madre y el padre debían acampañarlo para firmar los documentos de rigor. Todos, de inmediato, al escuchar esto, nos levantamos y supimos que había llegado el momento de despedirse, de decir adiós.

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