—Sólo sé que lo bajaron entre varios; entre siete u ocho... Además, el resto se aproximó de repente; supongo que querían que les dieran información, que les dijeran algo, cuando menos; la gente se pone así.
—Mientras, me acerqué hasta donde pude, o mejor, hasta donde me dejaron, situándome a unos cuantos metros, más o menos. Seguramente, muchos hicieron lo mismo: acercarse, cambiarse de posición…; pero no hubo tiempo, porque los policías se dejaron venir, cerrando el paso.
—Miré, por tanto, cuando lo bajaron y lo colocaron en el suelo, con precaución, evitando que se golpeara, que se hiciera daño. No obstante, al darme cuenta de que había más, esto es, que del vagón sacaban más caballos, todos muertos, o agonizando, me sentí mal, bastante mal, al grado de que me temblaron las piernas, como si me fuera a desmayar.
—No recuerdo, al final, cuántos fueron; seguramente muchos. Lo que si recuerdo fue la manera en que los distribuyeron, al acostarlos. No sé, en ese sentido, si lo hicieron de forma inconsciente, o si siguieron alguna pauta de acción. Lo que que sí tengo en mente, en cambio, fue el hecho de que todos los cuerpos formaban una especie de caballo mayor, que también agonizaba. Bastaba mirar las cabezas, las patas, las colas, las pieles, para pensar en eso.
—La gente, entre tanto, empezó a gritar, y los policías, que en un principio se vieron impasibles y voluntariosos, huyeron despavoridos.
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