Lodo en tierra santa (2007), de
Albaro Sandoval. La literatura de estos lares se puede sentir satisfecha, debido a que ha aparecido un escritor excepcional que ha puesto las cartas sobre la mesa: me refiero a
Albaro Sandoval, un joven taumaturgo que, desde la
frustración, narra la historia apocalíptica del norte sin aludir a ninguna geografía concreta o particular; a ninguna geografía "rentable" que determine la lógica de la narración. Pongamos, en principio, que ello es posible gracias a que
Sandoval elude el criterio documental para aferrarse, cabalmente, a un ideario literario que halla sus fundamentos tanto en la inventiva lúcida como en la utilización diestra de un lenguaje popular, de hondo calado. Con lo que se demuestra, sin duda, que para él la narrativa de esta "casa de orates" nada tiene que ver con el registro escrupuloso de los hechos habituales (migración, violencia...), ni con el calco de una oralidad
galopante, producto del distanciamiento —comunicativo— que existe con el resto del país. Tal es el criterio, por ende, que se pone en marcha y que explica el porqué
Lodo en tierra santa es tan extraña, tan fantasmal, cuando colige los datos
representativos del entorno y detalla el proceder
fictivo de las figuras: almas en pena que, a diferencia de las
rulfianas, padecen las inclemencias del temporal de la Nación, en su versión más hacendosa y realista.
Lodo en tierra santa, lo creo firmemente, está destinada a convertirse en todo un clásico, viendo con detalle lo que se produce en la actualidad y que, casi siempre, se aprovecha de los problemas
norteños para engatusar.
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