La sangre vacía (1982), de
Rubén Salazar Mallén. De forma
cuestionable por sus defectos miméticos, el texto de este escritor es un clásico de la denuncia, un retrato de los convulsos años 70 donde diversos grupos juveniles se lanzan contra el Estado. En más de un sentido se trata de una obra menor, por lo menos en lo formal, ya que el denominado narrador facha descuida los asuntos literarios sin ningún tipo de resquemor en aras de presentar el
activismo concéntrico de la juventud.
El rescate de Cristopher Domínguez Michael y Mario González Suárez no pasa desapercibido: Salazar Mallén es el singular denodado.
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