Ponte la del Puebla (2008), de Gabriel Wolfson. Un libro familiar, como dice mi amigo. Un libro íntimo. // Contra los poetas (2008), de Witold Gombrowicz. Los genios existen. Y los cuestionamientos. (Enhorabuena, humanidad.) // Poesía en limpio. 1979-1989 (1990) y Navegación en Yoremito (1993), de Abigael Bohórquez. Pronto llegará el día en que se haga justicia... De verdad que los adjetivos salen sobrando. (Un poeta de lujo.) // La poética genealógica (1999), de Tomás Di Bella. No había tenido oportunidad de leer nada de este integrante de la mafia bajacaliforniana... Suave. // La ninfa inconstante (2008), de Guillermo Cabrera Infante. El libro está más o menos; pero bueno, qué le vamos a hacer... Se trata de Cabrera Infante, uno de mis ídolos de juventud. // Las curas milagrosas del doctor Aira (2003; 1998) y El congreso de literatura (2004; 1997), de César Aira. Divertido, desequilibrante, genial...: Aira es el Messi de la literatura... // Circo romano (2007), de Guillermo Meléndez. El mejor poeta de Nuevo León también es el mejor cronista del desencanto. Para muestra baste un botón: "Mi oficio es maromear y pelar plátanos/ para que el chimpace no enfurezca/ pero en la calle llevo la fatal trascendencia/ de un amor obtenido a cuentagotas." // El llanto de los niños muertos (2004), de Bernardo Fernández, BEF. La especialidad de este joven escritor son los subgéneros. Y los llantos. (Excelente.) // 1767 (2004), de Pablo Soler Frost. Admito que mi vínculo con la Compañía de Jesús me impide ser objetivo al evaluar las cualidades y defectos de este texto. ("La verdad nos hará libres"...) // Los trabajos del reino (2003), de Yuri Herrera. Sugerente, vital y profundo: Herrera describe, con economía de recursos, la lucha del bien y del mal. Un joven maestro. // Los buscadores de oro (1993), de Augusto Monterroso. De este guatemalteco todo, o casi todo, está dicho. The best of the best. // Un dios para sí mismo (2005), de Ernesto Murguía. El sobado mundo de las drogas, amén de su clica incomprendida, adquiere en esta primera novela aires de bajeza. Concebida como una crónica del submundo, Un dios para sí mismo es un pasada. (Algo así como el Trainspotting de Cuautitlán, si me apuran.) // Lo que soñó Sebastián (1994), de Rodrigo Rey Rosa. Una prueba más de que lo maravilloso caló poco entre nuestros vecinos del sur. // Sauce ciego, mujer dormida (2007), de Haruki Murakami. Con este escritor he vuelto a creer en la literatura. Y en la imaginación. Porque finalmente Murakami es eso: imaginación. // ¡Que se mueran los intelectuales! (2005), de Armando González Torres. Artículos de opinión bien escritos, que versan sobre la agonía de los intelectuales, la relación contracultura-modernidad, el saber y la cultura, etc. Interesante. (Una cita, tomada al azar: "La celebridad persigue al quehacer literario contemporáneo y, en una escena dominada por el interés comercial y la moda, resulta más importante forjar una reputación de escritor que construir una obra".) // Los banquetes y El corsario beige (1986; 1932 y 1940), de Renato Leduc. Este texto (sabroso) presenta el desarrollo vital de quien, para muchos, fue el poeta más "malhablado" de su tiempo. Toda una revelación. ("Hace diez años que vivo en las montañas; pero desciendo periódicamente a la llanura a desfecer agravios y a enderezar entuertos; me dedico también, por inveterada propensión agrícola, a sembrar el bien y el mal".) // Nuevas voces de la narrativa mexicana (2003). Este librito, a pesar de los pesares, es un buen compendio para conocer los nuevos derroteros de la literatura nacional. Amigos y conocidos se dejan ver, lo que me causa un alegrón. // Las benévolas (2007), de Jonathan Littel. Independientemente de su final hollywoodense, predecible y espectacular, leer esta totalización es una de las experiencias más amargas y traumáticas que alguien puede tener. Inagotable en sus descripciones, refiere la crónica de la shoa con extrema frialdad. Un triunfo, indudablemente, de la rememoración.
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