Sí, los agarré, pero me quisieron morder, ¿comprende? Los cuatro, con el hocico abierto..., tanto, que se les veían las anginas y las carnes.
Corrí hasta el fondo, desde luego, hasta el final: y nada, pues los cuatro brincaron; los cuatro; uno después del otro, como si volaran. Vi, de tal modo, los movimientos, los saltos: y no sólo eso: también los colmillos, y las lenguas, agitándose; y los ojos, sobre todo.
No supe qué hacer: si quedarme ahí o seguir. Y ellos tampoco, ya que no se movieron. Uno, incluso, se agachó, con tranquilidad. Los otros se quedaron así, como estaban.
Los minutos, es la costumbre, pasaron, y sentí el frío. Y también la humedad, la cual había sido la culpable: la humedad, la nube baja.
Así aguantamos, entonces: inmóviles, descompuestos, hartos, hasta que me cansé, y di un paso, el primero.
Ellos, al darse cuenta, me enseñaron los colmillos, y se me echaron encima, con furia.
Obviamente, sentí el vaho en la cara; y los colmillos, que se clavaban aquí, y luego allá; y la sangre, que me refrescaba. A lo que escuché un disparo, de súbito; y a lo que escuché el primer aullido, roto, cercenando la noche. El primer aullido, y los llantos.
Al despertar, la humedad envolvía mi cuerpo, todavía.
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