martes, 1 de diciembre de 2009

El balón

El balón rueda y la gente observa: ¿dónde encontrar la fisura, o lo que se detiene y colapsa?

El balón es el satélite menor, y los jugadores los planetas inestables, que giran en torno a él.

En el estadio, en el centro, sobre el césped: el balón es un punto blanco, algo en movimiento que se detiene, para luego avanzar.

Los jugadores fijan su mirada en él, obsesivamente; la gente también (los espectadores, el público en general): anotemos que es un imán esférico al que se le trata muy mal.

El balón vuela, dibuja una parábola perfecta en el aire, y entra en el seno de la portería como un monarca legítimo.

El retenimiento y la gente: el balón se achica y el jugador igual: es el punto cero, el dato mínimo, el excedente de sentido.

¿Quién niega entonces la obsesión? ¿Quién la ridiculiza, cuando el estadio está a rebosar y no existe nada, ni la familia ni nada, sólo el dato o la concreción del mismo, incentivado por la posibilidad del gol?

El balón es el átomo del estadio, y del espacio. Los jugadores, sin duda, sus guaruras, sus prolongaciones, sus victimarios.

Remite, por tanto, el balón al mundo de los golpes, de las cacerías, de los gritos que se dejan venir.

Es la estupidez suprema, como la escritura.

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