Tristes los recuerdos, y potenciales: todo lo que ocurrió, y lo que no ocurrió, sirve de algo, y no hay porque lamentarse ni rasgarse las vestiduras. Así es esto, y c'est fini.
2009, cierto: frustración, muerte y fastidio; pero también —a Dios gracias— hálito, congruencia y voluntad.
El último año de la primera década, sí, lleno de contrasentidos y lugares comunes, de aspiraciones y muchas "chilletas"; y sin embargo, el viento mueve las ramas y el sol sigue ahí, en el mismo lugar.
No tengo propósitos de nada ni proyectos incólumes: lo único que tengo es este cuerpo, este par de ojos y mis labios. Que el mundo siga, que los demás sigan: el dilema es la obsecación.
Mis peores denegaciones para este año que concluye, y mis mejores anhelos para los siguientes minutos. No hay más.
Celebrar el acabose para sufrir lo venidero: las noches del 31 de diciembre son las encerronas de los desesperados.
Felices años viejos. (O más bien: felices años, viejos.)
2010: un año más, y sin fatalidad.
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