No sabemos qué diablos pasa; sólo intuimos que el mundo interior se desboca; que el mundo celular se sale de madres.
Las autoridades, en este caso, hablan por nosotros. Son la voz cantante —la voz disciplinaria.
Por ahora, actuamos de la misma forma...; estamos atentos al televisor y nos lavamos las manos, a cada rato.
Desconfiamos de medio mundo. Desconfiamos también de nosotros mismos... Por eso, cada vez que estornudamos tenemos dudas y nos ponemos en el lugar del otro: del enfermo.
Al estornudar, se nos hace un nudo en la garganta.
La contradicción mayor es la del clima. No hace frío, no es invierno; y sin embargo, la influenza modifica una lógica: la de la sociabilidad equinoccial.
Esta enfermedad nos hace pensar en lo que somos.
La percepción de los demás cambia, a su vez. De ahora en adelante los mexicanos formamos parte de una categoría extrema: ¡aquella que padece la ira de Dios! Pobres, enfermos y violentados. ¡Vaya triada!
Nuestro país es un orbe extraño; en él impera el caos, y la enfermedad.
¡Huir del país!: sólo en los sueños.
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