viernes, 1 de mayo de 2009

Contingencia

No sabemos qué diablos pasa; sólo intuimos que el mundo interior se desboca; que el mundo celular se sale de madres.

Las autoridades, en este caso, hablan por nosotros. Son la voz cantante —la voz disciplinaria.

Por ahora, actuamos de la misma forma...; estamos atentos al televisor y nos lavamos las manos, a cada rato.

Desconfiamos de medio mundo. Desconfiamos también de nosotros mismos... Por eso, cada vez que estornudamos tenemos dudas y nos ponemos en el lugar del otro: del enfermo.

Al estornudar, se nos hace un nudo en la garganta.

La contradicción mayor es la del clima. No hace frío, no es invierno; y sin embargo, la influenza modifica una lógica: la de la sociabilidad equinoccial.

Esta enfermedad nos hace pensar en lo que somos.

La percepción de los demás cambia, a su vez. De ahora en adelante los mexicanos formamos parte de una categoría extrema: ¡aquella que padece la ira de Dios! Pobres, enfermos y violentados. ¡Vaya triada!

Nuestro país es un orbe extraño; en él impera el caos, y la enfermedad.

¡Huir del país!: sólo en los sueños.

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