Quedé en que lo mandaría, lo más pronto posible; pero no, no lo hice. Por eso la gente me empezó a tratar mal, y a decirme que era un irresponsabe, y que no quería hacer mi labor.
Si supieran, quise argumentar, que en el fondo no había nada que me lo impidiera, que el simple hecho de negarme era la manera de revelar mi autoridad. Tal era la razón, por tanto, de que no les mandara el archivo, y que me quedara con los brazos cruzados.
Alguien entendió los motivos, al final de cuentas, y fue quien se encargó de correr la voz.
Desde ese día, la cosa cambió, y me preocupé, solamente, por esperar el final.
No hay comentarios:
Publicar un comentario