El de la mandolina insistió, viéndolos de reojo, que los himnos eran una fabulación, una metáfora, sobre todo cuando había confianza entre los seres humanos o, dijo, para que no se escuchara tan pomposo, entre los miembros de una comunidad que siembra —que pretende sembrar— valores eternos. Mientras, el otro, que tocaba un instrumento extraño, argumentó que estaba de acuerdo, en el sentido de que los himnos representaban algo más, pero que no estaba tan seguro de que fueran lo que decía: los himnos, inquirió, son más bien prosas realistas, que tienen un único objetivo: fortalecer la estructura del poder. Así que nada de nada, continuó, en realidad los himnos son monólogos, piezas de una sola clase.
La pareja, abstraída en otro tipo de preocupaciones, los ignoró.
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