Todo era cuestión de perspectiva, de límite.
(El limite tenía que ver con el fenómeno, con la cosa en sí. Pero después surgía otro, y luego otro, hasta alcanzar lo trascendental.
Era una donación, en el sentido galo. Una procuración, pues carecía de todo, incluido lo esencial.)
Por eso digo que era cuestión de perspectiva, de cómo se veía la cosa y del límite que se extendía, todo en un santiamén.
En medio, el rostro gris. Un rostro como el suyo, un rostro que no lo era: un oráculo que le decía lo que tenía que hacer.
Se movió un poco, o por lo menos lo intentó. (No había más alternativa en ese momento, no la había.)
(El rostro gesticuló, como el de un robot. Era verde, aunque opaco.)
Caminó despacio.
Huyo, antes de lo pactado.
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