La muerte tiene permiso (1955; 2010), de Edmundo Valadés. Para las letras mexicanas la presencia de don Edmundo Valadés resultó vivificante: no sólo dio pie a la legitimación de un género denegado (el cuento), sino también a la renovación de una literatura aquejada por los vicios —oh mala fortuna— del sedentarismo patriótico y el color local.
A veces se nos olvida, pero es un hecho que las aportaciones de este hombre discreto están más vivas que nunca, y baste leer su obra para descubrir, en tal respecto, que sintetiza los puntos de fuga de nuestra tradición. Literatura urbana, literatura rural, literatura fantástica... En la pluma de Valadés se abrevia el camino de los fragmentos, y se revelan los esfuerzos de un creador honesto que se pone al servicio de los demás al diseccionar el alma.
No leer a Valadés, o no releerlo, en este momento, equivale a dejar de lado la fuente de una gran literatura; de una gran literatura, agréguese, que no pretende engatusar por la vía barata del engaño o del relumbrón editorial, como sucede.
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