—Mete a los animales, ¡que los metas!
Había poca luz y las estrellas, a penas, se notaban.
El coche llegó sin hacer ruido, con los faros encendidos. Era un carro viejo, que había comprado de remate. La primera vez que lo vi, recuerdo, lo quise manejar.
John no nos saludó, simplemente nos preguntó por el whisky.
—¿Se lo entregaron a William, como quedamos, o qué le hicieron?
En el tono de su voz descubrí que había algún problema.
—Como nos dijiste, lo entregamos todo. Únicamente nos quedamos con lo del consumo local.
—¡No me salgas con eso, George...!
Tuve que hablar, lo que nunca hacía:
—Disculpe, John, pero el pedido se lo entregamos a William, y no sabemos qué sucedió después. De hecho, tenemos las cajas vacías, están atrás...
Al instante, aparecieron cuatro coches, y los perros comenzaron a ladrar. John, desesperado, se metió al suyo, no sin antes gritarle al conductor.
Por mi parte, corrí hacia la casa y fui hacia donde estaban los perros, los cuales seguían ladrando. Incluso, uno de ellos se me echó encima y me quiso morder, por lo que tuve que clavarle mi navaja en el cuello.
Afuera, como en otras ocasiones, se escuchaba el sonido de las ametralladoras. Y más coches que llegaban. Intuí que el asunto del whisky había concluido.
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