Se regenera, te digo, en automático; sin que te des cuenta o intuyas lo que pasa dentro de ti, de tu cuerpo.
Cuando te duermes, por ejemplo, comienza el proceso de tal transformación; literalmente, hablamos de una transformación que se da de los pies a la cabeza y de ahí para atrás, y para el resto de los lados. Es como si se tratara de una película de ciencia ficción, donde eres el androide, o el cyborg imperfecto, atado en una mesa de disección; te duermes en fin, o te obligan ello, y se gesta el primer cambio: o sea, el del esqueleto depurado, el de la osamenta rígida, envuelta en un estipendio de mudas y agitaciones al por mayor; y ello es que, seguramente, semejante alteración comienza con la extremidad, con su prolongación última. (Imaginemos, te pido, el instante: un pedazo de hueso cede al otro y revela una nueva piel; una nueva piel que es como una coraza, aunque más delgada. De ahí en adelante la ramificación cede en los diferentes lugares; el hueso, como una madera fosilizada, se debilita, se tuerce, humedecida por los líquidos del interior.)
La parte rígida de tu cuerpo, es verdad, se destrona con esta mutación; como la piel, como el músculo, el árbol de marfil se convierte en una masa blanda, que digerimos y exhalamos sin preocupación.
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