Lodo (2010; 2002), de Guillermo
Fadanelli. Lo que en principio trató de ser un despliegue de fuerzas, con toda la contundencia del marginal, se convirtió en algo sublime, que roza alturas insospechadas en el canon de este proyecto nacional, a veces tan engañoso.
Anotémoslo así, para que quede claro: lo que en principio se exageraba, con la etiqueta corrosiva del
outsider ("la literatura basura"), degeneró en la displicencia de lo
light, de lo combustible, que da lugar a otra promesa: a la de la
representación elocuente de los problemas del país y de su cultura. Tan es así que
Fadanelli, ahora convertido en un gran señor, se avoca a reorganizar las etapas del
caos, dejando a un lado la celebración de lo corrupto y la maldad que entraña: objetivo en ese vilipendio, el más cínico de los nuestros, creo, muestra la fragilidad de los derechos, la acidez de los intereses de un colectivo perdido, que no encuentra su lugar. Sin exagerar, es importante decir que
Fadanelli, con tal pretensión, se convierte en el testigo por excelencia de una época catastrófica, que no da tregua. De norte a sur, del centro a la provincia: el escritor extiende su radio de influencia para señalar que las cosas están mal, muy mal.
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